domingo, 30 de diciembre de 2012

Sombras

El niño se había levantado poco antes del amanecer. Trató de coger sus gafas, que normalmente estaban en la mesilla, junto al cabecero, pero no había nada. Tal vez las hubiera dejado en otro lugar antes de meterse en la cama.Se incorporó a medias y observó numerosas sombras desfilando por la pared, entidades de oscuridad que caminaban por la habitación esperando el momento adecuado. El niño se asustó. Se cubrió con la sábana pero no pudo alejar aquella sensación de espanto que le quemaba los nervios. Las sombras seguían allí, resueltas a atacarle de un momento a otro, deslizándose por la pared y el techo, por el suelo y por cada objeto de la habitación. El niño gritó pidiendo auxilio, lloró y sufrió un ataque de pánico como nunca antes había sentido. Las sombras se acercaban a él, malévolas y decididas, dispuestas a devorarlo poco a poco. El niño saltó de la cama y, en acto de salvación, abrió la ventana y se arrojó por ella. Las luces del día desfilaron ante sus ojos. Ya no había sombras...
   -¿Entonces no es grave, doctor? -había preguntado la madre del niño pocos días antes del trágico suicidio.
   -Nada grave, no se preocupe, pero tenemos que asegurarnos de que no va a peor. Vigilen que no se quite
   las gafas, salvo para dormir y asearse.
   -¿Y no verá nada sin ellas? -preguntó el padre, asustado.
   -Sólo ligeras sombras, nada más -respondió el doctor, firmando la receta.

La posesión de Emma Evans (Exorcismus)




Creo que merece justo reconocimiento esta cinta de Manuel Carballo (David Muñoz al guión) en la que se nos muestra algo atípico en lo que a posesiones se refiere. Esto es, que es de las pocas veces que me he encontrado con que el verdadero demonio subyace en la relación de la propia familia. 
Cierto es, para mi gusto, que sobraban ciertas escenas muy manidas ya del género, como el tema de las levitaciones, arqueos de columna y todo ese despliegue de gimnasia deportiva extremista, y que tal vez debió de centrarse más en el aspecto psicológico y las repercusiones familiares que un suceso de tal magnitud lleva consigo, pero tampoco podemos reprocharle nada, pues lo hace bien, algo sutil y pasajero.
Si me gustó esta entre muchas, a cada cual peor, es porque más que un demonio lo que le pasa a Emma parece algún tipo de enfermedad mental, un desdoblamiento de personalidad que le lleva a cometer atrocidades (por otra parte buscadas, como sabrán los que ya la han visto) y a arrepentirse en una vorágine de culpa y deseo que confirma lo que vamos intuyendo hacia la mitad del metraje, más o menos. Una culpa que recae en los padres de la protagonista, que ven cómo, ante algo inexplicable, su futuro y los cimientos de su familia se desmoronan estrepitosamente, y que muy poco pueden hacer para evitarlo.
Tampoco entenderé el gusto actual de meter sacerdotes jóvenes y apuestos para que hagan de paladines del Bien, aunque puede ser que esté más chapado a lo tradicional y siga prefiriendo religiosos de avanzada edad y sobrada experiencia (al menos, en este caso en concreto, me fiaría más de un anciano que de un pipiolo), pero eso ya es cuestión de gustos. 
En definitiva, una cinta que indaga poco a poco en la psique del poseído y la de la gente a su alrededor, y deja de lado (al menos un poco) los clichés típicos de este tipo de películas, apostando (salvo escenas puntuales) por un Dogma 95 al más puro estilo Lars Von Trier (salvando diferencias) para dejar de lado los vómitos, las vueltas de cabeza, las carreras contra natura y toda la parafernalia demoníaca de la que hacen gala estos cachondos entes.

Valoración; 7/10

Brujería en el ocaso

Es sabido que ciertos libros, imágenes o melodías, actúan sobre nosotros de manera insidiosa, devorando nuestra razón para mostrarnos en la soledad de nuestra presencia las peligrosas cualidades vampirescas que ejercen sobre nuestra mente, procurándonos una dependencia placentera a la que gustosos nos arrojaríamos una y otra vez, una y otra vez...
Harry Singht volvió a dar una calada a su cigarrillo, absorto por completo en la estropeada fotografía que había caído del libro. Era en blanco y negro, muy antigua, y en ella se veía la figura de una mujer vestida de blanco y envuelta por las sombras de lo que parecían decenas de árboles a su alrededor. Aquella foto podría haber sido una más, pero Harry sabía que no lo era, pues en aquellos ojos había una maldad como nunca antes había visto, un odio que iba mucho más allá del mero placer del violador o del asesino, una oscuridad a la que nadie en su sano juicio volvería a mirar. Harry alzó la foto, cerró el libro y se quedó ensimismado. Sabía que era una bruja entre las brumas al atardecer, en ese momento en el que las luces se doblegan ante las sombras y el sol se esconde bajo las alas de la noche. ¿Cómo lo sabía? Su contacto, Everia Segeld, le había puesto al tanto; el libro que tenía sobre la mesa había sido escrito de puño y letra -allá por el medievo- por el mago Desdered Moire, un loco obsesionado por los rituales paganos y los dioses antiguos, y se decía que las brujas de la vieja escuela habían escrito en él numerosos rituales y sortilegios. Everia lo había contratado, y era una experta en simbología. En las tapas de aquel sucio, mohoso y crepitante libro había advertido una muesca trazada no hacía muchos años y que respondía a un secreto código entre brujas para legarse conocimientos de unas a otras. Más o menos, le había explicado la catedrática, venía a significar algo así;

Seguimos vivas, seguimos aguardando...
La brujería en el ocaso será justamente el comienzo...

Ritual del sacrificio, de Desdered Moire en su grimorio "Tenebris Fata"


El Jinete de los Huesos y el Señor de las Tinieblas esta luna tendrá un sacrificio.
El cordero abrirá la boca para ofrecerle su alma,
El hombre abrirá sus entrañas para ofrecerle su sangre,
El más preciado regalo para Él.

Dale tu sangre, 
El sacrificio del ritual.

Hoy morirás
Y Él renacerá.

sábado, 29 de diciembre de 2012

De la saga de Helyndel el Impuro...

En la mesa, reyes y nobles de alta alcurnia saciaban sus instintos primarios bajo sorbos grotescos y mordeduras ruidosas. Las mozas servían el vino en copas de plata y oro, y los músicos tocaban una melodía picaresca para deleite de las infantas y damiselas que se enturbiaban bajo sus tocados. Era una cena informal, alegre, repleta de alcohol y especias que sin duda calentarían los cuerpos antes que las sábanas. El rey presidía la mesa con regio porte y ebria mirada, y su esposa, la reina Evolett, evitaba por todos los medios posibles que la atrevida mano del barón Chalesbury se acercara demasiado a su descubierto muslo.
En un momento avanzado de la noche, el rey mandó llamar al mago de la corte, el viejo Desdered Moire, para que les deleitara con juegos y trucos mientras daban cuenta del postre.
El viejo atravesó la puerta del inmenso salón, cubierto con su larga y deshilachada túnica negra y apoyado en un desportillado bastón de roble. Todos guardaron silencio. Las madres abofetearon a los niños que se negaban a sellar sus labios, los criados y las damas de compañía se retiraron a la oscuridad de las columnas traseras, donde la luz de las antorchas apenas alcanzaba, y los perros fueron echados a las habitaciones contiguas para que no hicieran mucho ruido al agitar las colas sobre el suelo de arena. La actuación iba a comenzar.
Poco a poco, el sueño fue apoderándose de los comensales, una profunda sensación de pesadez e inactividad, y antes de que llegaran a cerrar los ojos por completo contemplaron la siniestra sonrisa del viejo mago, que ya estaba terminando de espolvorear lo que había traído en la palma de la mano. Unos golpes secos sobre la mesa y el suelo le confirmaron que tanto la nobleza como la servidumbre estaba preparada.
Luego, mientras el sueño los había poseído, el mago degolló a todos y cada uno de los allí reunidos.  

viernes, 28 de diciembre de 2012

Lo profundo del miedo

El chamán me había inducido a un estado de sueño. Para vencer al miedo, decía, hay que adentrarse en su reino y doblegarlo. Porque el miedo mora en lo más profundo de la mente, a la cual sólo tenemos acceso a través del sueño.
Me dormí profundamente bajo los cánticos tribales de aquel extraño ser y el humo dulzón de huesos quemados y hierbas chamuscadas, llevado por una suave marea que poco a poco se adentraba más y más en las oscuras montañas de mi subconsciente. Las luces de la realidad se consumieron, y el telón de mi alma fue retirado por una mano invisible. Bosques oscuros cubiertos de bruma se alzaron frente a mi ojos, altos cerros repletos de misteriosas cuevas, páramos abandonados y cubiertos de ceniza, ciudades ruinosas habitadas por el viento y el silencio. Y doblegando todas aquellas visiones estaba Él, el hombre de cara pálida, esperando sobre mi propia tumba con una sonrisa en los labios. Quise despertar, retroceder desesperadamente, huir de aquel hombre de abrigo y gorro negros que tan confiado parecía alzarse sobre mi propia muerte. Pero algo me impelía a continuar, a mostrarme verdaderamente, a revelar mi propio destino aún en contra de mis pensamientos. Estaba siendo manipulado, alienado por los ojos grises de aquel hombre, y no me veía con fuerzas para luchar por más tiempo.
Si aquel era el miedo, cuán gustoso iba a arrojarme a sus brazos.

jueves, 27 de diciembre de 2012

El precio de la fama

Estaba a un paso de la fama. La muchedumbre clamaba mi nombre a voces, agitando los brazos en estado de total admiración, y las luces parpadeaban a mi alrededor en coro psicodélico y sin ningún tipo de ritmo o consonancia. Podía sentir el viento en la cara, ese aire perfumado con el triunfo de la fama. El público, a mis pies, clamaba por el súmmum de mi actuación, y yo no podía defraudarles, pues estaba a tan solo un paso de la fama. 
Salté del edificio y me dejé arropar por aquella maravillosa sensación, que me acunaba en el aire como las manos de una madre, mientras la gente gritaba ante la magistral conclusión. Cada vez estaba más cerca de ellos, de mi gente, de mis fans. Por fin estaba siendo reconocido.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Sinister


Quisiera estrenar esta sección con una película (ya iré hablando sobre todo el elenco cinematográfico que me ha acompañado desde la niñez) que me dejó realmente sorprendido tanto al entrar como al salir del cine. Sorpresa para bien, cabe añadir. Resulta que siempre me ha motivado el tema este de entes-que-obligan-hacer-ciertas-cosas a los pobres mortales cuyo único delito es seguir siendo lo que son, a saber, comida para tales deidades o monstruosidades. Ejemplos hay decenas, pero muy pocos logran despertar el sentimiento de encontrarnos ante algo realmente novedoso. En el caso de Sinister (Scott Derrickson), sucede al contrario; ya desde los primeros minutos vemos que la cosa no va a ir bien, que aquí lo realmente perturbador no son los sustos repentinos acompañados por un estruendo musical digno del teclista más borracho que tan acostumbrados nos tiene el terror moderno (y haberlos, haylos), sino que lo logrado por unas simples grabaciones en 8mm (ver la película para más detalles, pues de simple no tienen nada) hace que queramos apartar la vista de inmediato, regresar a lo normal y seguro de nuestra existencia, pues no dejaremos de sentirnos morbosos observadores, en parte culpables, del horror que se nos muestra en sabias dosis frente a la pantalla. 
Reconozco que durante la primera mitad del film me sentí completamente satisfecho por lo que había ido a ver, pero a medida que la cinta avanzaba, la cosa flojeó un poco (pero tampoco mucho). Acabé pasando por alto la repentina y nada justificada presencia del profesor vía on-line para centrarme en lo realmente importante; el final. 
No me decepcionó en absoluto, todo lo contrario. Perfectamente plausible teniendo en cuenta el ritmo y el guión de la película, los cuales no flojean (casi) en absoluto. Una banda sonora magistral, una fotografía que raya lo psicotrópico, unos vídeos que rozan lo insano. 
Me resulta complicado hacer un análisis más profundo sin revelar contenido de la película, por eso os animo a aquellos que no la hayáis visto (tenéis la suerte de poder verla por primera vez) a que no dudéis ni un instante más. Lo siniestro os aguarda.
Si he de valorar numéricamente el film, tal vez para aquellos que necesiten un resultado rápido y más o menos orientativo, diré que en mi opinión se merece un 8 sobre 10. 

P.S: haceros con la B.S.O, no tiene desperdicio alguno. 

Ojos invisibles

A través del hueco que había quedado entre la puerta y el marco sólo veía oscuridad. También creí ver algo más, pero puede que fuera producto de mi imaginación. Un par de ojos, metidos en la negrura, que me observaban en el más completo silencio. Me cubrí con la sábana para alejar la visión de aquellos ojos taladrando mi subconsciente hasta que me quedé profundamente dormido.
Al despertar en mitad de la noche, una mano retiró la sábana.

El piano

La niña comenzó a tocar las duras teclas del piano. En ningún momento había pretendido bajar y acompañar a sus progenitores en la fiesta que habían organizado para celebrar el ascenso de su padre en el bufete de abogados en el que trabajaba. Odiaba las fiestas, la gente que enmascaraba su malicia con sonrisas deslumbradoras y los perfumes pesados y aceitosos que encubrían una vida de mentiras y promiscuidad descontrolada.
La niña siguió tocando el piano. La melodía era tenue y delicada, y evocaba recuerdos de lugares brumosos y silenciosos, santuarios abandonados y viejas iglesias, bosques arropados por la lluvia y atardeceres invernales. La música aumentó su intensidad, y la niña se abstrajo por completo de la realidad, llevada a un entorno oscuro de rituales suicidas, de agónica desesperación e invocaciones largo tiempo olvidadas. Cada nota era una ráfaga de viento helado, una risa estremecedora llegada de otro tiempo, un murmullo ancestral en una lengua muerta. 
La música cesó, la niña respiró de nuevo. En el piso de abajo ya no se oían los ruidos de la fiesta. La niña cerró la tapa del piano y bajó las escaleras del desván. 
En el salón todos estaban muertos; unos ahorcados con sus propias corbatas, otros apuñalados por sus propias parejas, algunos ahogados por las manos de sus compañeros.
La niña sonrió. Aquella era la mejor fiesta que había asistido.

Me considero escritor de perturbación

Desde que tengo recuerdo he sentido una morbosa y casi obsesiva necesidad de consumir terror en todas sus vertientes y en los momentos adecuados para ello. No creo que estar sentado, o como cada uno se encuentre mejor, devorando una de esas exquisitas películas de terror de los 70 o un buen tomo de páginas amarillentas que crujen apenas rozas con los dedos su delicada y perfumada superficie, sea motivo suficiente para disfrutar del terror como ha de disfrutarse. Esto es, sintiendo que a nuestro lado, en la más completa oscuridad, alguien o algo nos contempla desde lo desconocido, poniendo en alerta cada nervio de nuestro cuerpo, recordándonos la maravillosa y perturbadora sensación de sabernos vivos gracias al miedo, a ese ancestral sentimiento que nos ha protegido y puesto en alerta durante tantos y tantos años. El miedo ha de disfrutarse individualmente, en el momento y la situación que cada uno considere apropiadas. 
Me considero escritor de terror, o de perturbación, si se me permite la palabra, y aunque soy consciente de que hoy en día no hay hueco en el mercado para un estilo tan diferente, pero paradójicamente muy apreciado, y alejado del más puro cliché meramente construido para saciar los masivos impulsos consumistas, creo que llegará el día en que alguien me brinde la posibilidad de vivir de lo que realmente me gusta hacer, escribir sobre el miedo, de mostrar al lector que, más allá de vampiros, hombres lobo, fantasmas de bellos rostros o monstruosidades surgidas de pantanos (las cuales, por otra parte, merecen mi mayor respeto y devoción), que más allá de todas las efigies establecidas para calmar las pasajeras y superfluas fantasías de la mayoría de la gente, hay realmente un elemento perturbador en todos y cada uno de nosotros, que florece cuando contemplamos el verdadero miedo, la más vil representación del horror, los ojos que nos miran desde la oscuridad de nuestro subconsciente y que no son otros que los nuestros. Nosotros somos el terror, la violencia, la perturbación de sabernos capaces de cometer atrocidades y traer el Caos a la cotidianidad de nuestras vidas, nosotros que disfrutamos cuando creemos haber contemplado o leído una buena obra de terror, inconscientes de que nosotros mismos deberíamos ser aplaudidos por lo mismo, pues la mayor factoría de horror reside en nuestra imaginación, o al menos así lo he creído siempre.
Por eso me aventuré a escribir relatos y microrrelatos allá por el... Porque el terror siempre se digiere mejor si lo liberamos de condimentos innecesarios, de la carne y la grasa que entorpecen y debilitan los huesos que sostienen la esencia de lo extraño y desconocido, porque nos hacen indagar en el contexto y las circunstancias, moviendo la maquinaria de nuestra mente para ampliar el escenario de lo tenebroso y malévolo. Escribo porque me gusta indagar en lo que va más allá de lo moralmente aceptado, porque en la esencia del horror, y de eso es de lo que finalmente se trata, subyace una composición de oscurantismo que ni el propio autor es capaz de llegar a comprender.

El numismático


Era una tarde cualquiera de un otoño cualquiera. Un hombre se agachó para coger la solitaria moneda de la acera. Hacía frío. El sombrero casi sale despedido de su cabeza.
Un disparo estalló en el silencio, estrepitoso, réprobo. El numismático que había estado caminando tras el hombre se guardó el arma y recogió la moneda ensangrentada de sus inertes manos.
Sonrió y continuó caminando. Al fin la había conseguido.